«Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo»

«Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo»

Queridos hermanos en el Señor:

Comenzamos la preparación para conmemorar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo en este año 2010. Son las cuatro semanas que preceden al día 25 de diciembre y que conocemos como Adviento. La palabra procede del latín “adventus” y significa venida. Nos disponemos para la conmemoración de la venida del Mesías. La Segunda Persona de la Santísima Trinidad tomó carne (encarnación) en el seno de una virgen: María Santísima. San Lucas relata el acontecimiento del siguiente modo:

Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se turbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios; concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande; será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos de los siglos y su reino no tendrá fin."  María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel, dejándola, se fue. (Lc 1,26-38)

Mediante un sueño el Ángel del Señor también le manifestó a José la maternidad virginal de María; revelación que, por medio de la Palabra de Dios, hemos conocido nosotros: “Jesús, nacido sin intervención de hombre alguno, en su humanidad es hijo únicamente de María. La virginidad de María tiene una trascendencia absoluta ya que la generación virginal es el signo de que Jesús tiene como padre a Dios mismo. Con este título, que encuentra amplio eco en la devoción del pueblo cristiano, María aparece en la verdadera dimensión de su maternidad: es madre del Hijo de Dios, a quien engendró virginalmente según la naturaleza humana y educó con su amor materno, contribuyendo al crecimiento humano de la persona divina, que vino para transformar el destino de la humanidad”.  (Catequesis de Juan Pablo II, 13-IX-95)

El destino salvífico de la humanidad quiso la Providencia Divina confiarlo a una sencilla joven de Nazaret y a su esposo José. Ambos fueron los colaboradores necesarios que Dios deseó asociar a la obra de la Redención. ¿Por qué María y José? Porque María era la llena de Gracia, tal como el Ángel la proclamó, y José el varón justo de la estirpe de David. Ambos vivían una fe ilimitada en Dios, una disponibilidad absoluta a su voluntad y una sublime humildad. Tres virtudes que es menester que nosotros avivemos en la cotidianidad de nuestra existencia y muy especialmente en el Adviento, para vivir cristianamente la Navidad y para que ésta se convierta en pregón de Salvación para nuestra sociedad, asfixiada por campañas multimillonarias de euros que la invitan, aun en medio de la crisis, a un consumo irracional y desenfrenado que sofoca toda huella de lo que la Natividad del Señor significa. Por eso, hermanos míos, es de todo punto urgente y necesario que purifiquemos el sentido de la Navidad preparándola conforme a lo que es y tiene que significar: Salvación, liberación de los pecados. Pecados que nos afectan a todos como el pecado original –misterioso, pero real y auténtico-, pecados colectivos como la apostasía “práctica” en la que parece se ha sumergido gran parte de la sociedad, que se fabrica, como los israelitas, «su» becerro de oro en la obsesión por el cuidado del cuerpo, es decir, en la búsqueda irracional de la eterna juventud, en el dinero, el individualismo ególatra y un largo etcétera; pecados públicos y privados que hacen que nos apartemos y olvidemos de Dios y caigamos en el vacío del sin-sentido. Pero Salvación significa mucho más que liberación de pecados, es, ante todo y sobre todo, vivir en la posesión de un tesoro inagotable de verdad y bien, de felicidad y alegría que se encierra en la vida con Cristo.

«Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo» (Lc 2,10) Fueron las palabras de los ángeles a los pastores de Belén. Y ha de ser el gran mensaje de los cristianos a toda la humanidad. ¿Qué mejor tiempo para anunciar el Evangelio que en Navidad? La explosión de gozo que parece que llena nuestras calles y plazas, los buenos deseos que nos inundan en estos días, los humanitarios sentimientos que albergamos dentro de nosotros, la especial sensibilidad que mostramos hacia los pobres y necesitados tiene origen en la aparición de Cristo en el mundo. Y esa presencia de Cristo que es real y verdadera es lo que tenemos que mostrar con nuestra vida, con nuestra palabra, con nuestra esperanza. La buena noticia de la Navidad tiene que iluminar sobre todo a los que viven envueltos en las tinieblas de la tristeza o en la oscuridad del miedo ante los desengaños de la vida. La felicidad es posible a pesar de las dificultades. Porque la felicidad no se da al margen de los calvarios de nuestra existencia, sino precisamente en ellos. El primer calvario fue el establo de Belén, donde Dios nació en la más absoluta marginación y pobreza y, sin embargo, es ahí donde se les anuncia a los pastores una gran alegría. Porque la felicidad no es un cúmulo de hechos favorables sino Jesús que viene para que tengamos vida. No podemos olvidar que, frente al torrente de dolor humano que existe en el tercer y cuarto mundo, o debido a la precariedad económica y moral en los países desarrollados, se alza la piedad divina que circunda las orillas de nuestra nada por dolorosa que sea. En el Pan que comulgamos en cada Eucaristía palpita la gracia y el amor de la Navidad.

Tratemos de llevar la gente a Dios acercándola a la Iglesia. Invitemos a nuestros familiares, amigos, conocidos… a participar de la Misa del Gallo, en la Eucaristía de Navidad, en la del día de Reyes. Pongamos el Belén en nuestra casa. En los regalos que hagamos incluyamos uno muy especial: El Evangelio de 2011. Un pequeño libro con la lectura del evangelio de la misa y las oraciones más importantes del cristiano. Son detalles con los que podemos realizar grandes obras. También evangelizamos colocando en nuestros balcones las colgaduras del Niño Jesús o de la Sagrada Familia. Así recordamos a todos los viandantes el motivo de las fiestas; quién sabe si algún “despistado” viendo las colgaduras vuelve su mirada al Niño Dios. Seamos misioneros en Huéscar, entre los nuestros, para que prenda en todos los hogares de nuestro pueblo la llama iluminadora de la fe. Que la Virgen María, que acogió en su seno virginal a Jesús, nos ayude, en esta Navidad, a abrir nuestro corazón a su Evangelio de salvación.

Que el Señor os conceda una feliz Navidad y un venturoso Año Nuevo. Vuestro párroco y hermano, Antonio FAJARDO RUIZ.

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